Necesito tu música, para poder soportar la tempestad que se avecina.
Ser el árbol que soporte tu sombra y no se escabulla ante el viento tormentoso.
Tener las raíces profundas para que no puedan arrancarme lo primitivo con un solo soplido, y si el ánimo siente deseos de volar, quiero ser hoja, esa hoja arrastrada por el remolino que forma la brisa y se desvanece en la penumbra.
Voy a ser exhalación cuando digas tus palabras, esas que pronuncias en el desvarío de las horas. Voy a ser el velo tapando tu cuerpo, vistiendo las cicatrices. Voy a ser tu negación en la inconciencia, tu lágrima más amarga cuando seques de miedo. Yo te estaré esperando con un collar de espinas suaves construido por mi insigne desconsuelo. Yo tallaré mi mejor silencio, aquél que inventaré para proteger tu tristeza y no apabullar el vendaval de pedacitos.
Mientras, disfruta las exiguas montañas de tierra blanda, en su sima palidece de placer frente al perfil del atardecer. Descubre el sitio lúgubre con aroma a tango que tiene el amor después de romperse. Juega con sueños implacables en el silencio perpetuo de aquellas tardes.
Desde el sentimiento más arcaico, el más preciso y extenuante. Desde allí te escribo, espíritu estúpido y abolido, sécate de desierto y olvido. Deja que los destierros que te habitan suplanten la angustia fútil de la ausencia constante. Yo estaré cuando las palabras no alcancen, meciendo tu ambigüedad errante y sin primogénitos. Describiendo tus talantes en mil hojas rasgadas, heredando tus pasiones. Y, si mitigan tu soledad queriéndola enterrar, desgarra la envidia que la quiera aplacar.
Yo estaré con vos, porque no quiero el exilio de mí.
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