13/2/07

La Ventana

Comprendí anoche que la historia tendría que comenzar de manera de descolocar mi sentido, y como llevé hacia la almohada todo aquel cargamento de ideas, de palabras, de semiótica excelsa, la centelleante información encaperuzada hizo hirvientes burbujas en mi cabeza.
Y justo ahí, cuando uno se desploma en el colchón, dejando el peso completo del cuerpo sobre aquel deleite exclusivo, la disposición de las manos debajo de la almohada contorneada, que por esta vez, es una almohada de plumas suave, maleable, se deja disciplinar por las órdenes de los músculos y huesos.
Ya negligente y dispuesto el espíritu, en una postura que comprendo fetal, estoy lista para entregarme joven al misterio, adentrarme en los insólitos caminos del ensueño.
En los minutos subsiguientes, dejo obrar en mí la resistencia de la conciencia en lucha con las fuerzas del inconsciente enlazándose en una sutil danza de dominación, tras la cual, surgió una imagen nublada, estaba aún con los ojos abiertos frente a los cuales se extendían tinieblas grises, como en una mañana de invierno. Encaminada por un sendero de nada y a la vez, repleto de palabras unidas de sentido jamás descubiertos, una fluidez de elocuencia emanaba de mi boca, semejante a la de los charlatanes que, experimentados en el arte de la mayéutica convencen a su rival de las razones más absurdas. Porque yo, al igual que ellos, sabía del engendramiento de la indigente idea velada por esa oratoria.
Alguien comenzó a correrme, alguien que no veía pero sentía, alguna especie de sombra me seguía en esa confusa realidad, me agitaba sintiendo los pulmones roídos por el tabaco, al máximo de su trabajo, a punto de fisurarse si inhalaba una vez más.
Pero no lograba concentrarme en la huída. En la peripecia, mi imaginación seguía edificando escritura, apuntada por mí, pero ajena a toda mi expresión. No podía exonerarme de esa obra que me era externa, pero que a la vez era tan propia como el inconsciente que me gobernaba en ese momento y sobre el cual no tenía voluntad.
Así, en medio de esa neblina elástica, corría incansablemente y escribía empujada por un deseo insaciable.
Había descubierto aquellos relatos hermosos en mí misma, los tenía de sobre manera fluyendo en todas direcciones, eran parte de mis otras personas afloradas en mi inconsciencia.
Pensé, en el segundo inmediato a recobrar la cognición, que quisiera ser por un día más aquella mujer de ideas vitales y extrañas escapando de una sombra. Me supe incapaz de reproducir la errante aventura narrada, que oí por estar dentro mío, de la historia más fascinante jamás escrita. Sin saberme despierta aún... la idea que siguió al hilo de luz, fue la muerte, esa idea conjeturada, inasible como el viento.... el orgasmo, ¿será la muerte? ese mismísimo instante en que se llega al cenit del nirvana, ese suspiro que dura la física y mental sensación del orgasmo, cuando se está a punto de llegar, se desvanece todo pensamiento, se experimenta la nada pura, se inunda el cuerpo de sangre precipitada, se siente la inteligencia al borde del abismo y uno experimenta el sacrificio placentero de la unificación, la tensión que después del fin desaparecerá hasta el comienzo de la renovación. Es allí, es esa milésima de segundo cuando el deseo fenece, como una alianza fantástica de fin-y-principio, resurge.
El sentido común no me pudo agarrar los tobillos y salí disparada de la cama, buscando la cola del sueño perfecto, encendí la luz y bajándome frustradamente de aquella alfombra azuldorada, ya frente a la persiana que mi mano comenzaba a bajar.

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"sin dudas soy yo un bosque y una noche de árboles oscuros: sin embargo, quien no tenga miedo de mi oscuridad encontrará taludes y rosas debajo de mis cipreses" Nietzsche