El sol encandila el piso gris y enseña un efecto desértico. El viejo en su hogar, tirado al borde de todo. El compañero como si estuvieran solos, en ese mar de gente que camina la urbe ardiente, le presta sus manos para anotar un gesto de humanización entre todo este paisaje que parece no darse cuenta de lo acontecido.
Le ata un piolín a la cintura con paciencia de vejez, o por la simple delicadeza de darle su tiempo al otro. Todo anda rápido, pero ellos se detienen para darle una cachetada a la soberbia, se alejan de la cornisa, y toda esa precariedad de la pobreza,de la senectud, se anula, se pierde por un instante en un ademán de bondad.
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