23/8/07

Sombra Agosteña ll

Ahora que estoy sentada sola, en silencio escribiendo. Recordando. Rememorando y construyendo el relato. Pienso en los detalles antiguos de mi traición.
Varias salidas desde un mismo paisaje, un cuadro inconstante. Vertiginoso por cierto. Como suelen ser los movimientos en mi vida. Transcurso desde la introversión en mis libros al cataclismo de las presencias. Abandonando por completo la rutina mis mates. Las asociaciones de pensamientos que se cuelan hasta los restos diurnos.
Ayer me compré un librito. Tenía ganas de empezarlo. Ansiedad por sostenerlo en mis manos. Como un niño que quiere desarmar el paquete antes de su cumpleaños y ponerse a jugar, en el mismo instante que se le da la gana. No soy una niña y tuve que dilatar y esperar para comprármelo. Aplacar el deseo. Me puse de mal humor. Anoche leí hasta el cansancio. al cerrarlo pensé: este va a ser un gran libro. Los libros son grandes cuando caen justo en el lugar de la huella. Son como abrazos advenidos sin pedido. Tan reconfortantes, Maravilloso.
A las dos horas de sueño, una explosión de imágenes se desató en mi cabeza. Irrumpió la comodidad de la nada. Estábamos sentados con mis compañeros de laburo en una escalera de unos 40 y tantos escalones. Era de noche. De noche sin luna. Hablábamos muy animados. Vemos acercarse varios tipos, sin ninguna particularidad para distinguirlos del común. Se agachan en frente de cada uno. Se paran y nos arrancan del suelo. Un poco sorprendidos o asustados o tal vez las dos cosas. Nos defendemos como podemos de la fuerza descomunal con que nos arrastran. Solo veo rostros sin nombre. Me rodean. Pierdo de vista a mis compañeros. Me sujetan ferozmente con manos que me ahogan hasta el miedo.

- ¿qué quieren? – les pregunto.
- Decinos a quién odias
- A nadie – les respondo
- Vamos...!!! alguien de toda esta gente debes odiar

La palabra odio me conmueve. Me desconcerta. El odio es una palabra demasiado grande, se puede aplicar a personas que hemos querido mucho y nos han hecho mucho mal. O lastimado con un fervor de viento norte. Y allí no había nadie hacia quien señalar semejante sentimiento.
Pero ellos querían la revelación. Querían escuchar de mi boca una palabra. No cualquier palabra. La palabra. Tenía que ser una palabra de verdad. No podía embaucarlos tirando al azar cualquier nombre. Ellos sabían si mentía. Sabían si decía la verdad. Su mirada me penetraba los sesos. Me llegaba hasta las tripas. Hasta las capas más profundas de la epidermis (O donde sea que estén los pensamientos). Me quemaban.
Llegaban con una ferocidad calva, desprovista de ira, sedienta de verdad. Alimaña devoradora.
Pero me resistía a enunciar. No quería decir porque sé muy bien los efectos del decir. Yo, y nadie más sabe que si pronunciaba Esa palabra todo lo pensando, todo lo sentido alguna vez se haría polvo de mil pasado (quise escribir pedazos). Es consonante, ahora que lo escribo, lo de “pasado”. Ya que... si lograba hacerlo presente en la enunciación, hacerlo “ahora”. Hacerlo carne, hacerlo palabra-dicha. Tal vez así podría convertirla en algo ya dicho, ya enunciado, ya articulado, ya pasado.
Hacer externo a mí ese sentimiento tan mío, y tan de otro. Extraño:

Apropiación - desapropiación
Amor - odio
Silencio - grito
Quietud - revolución
Comodidad - dolor
Escritura - decir
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= Alfonsina, o sea yo. Era todas esas ambigüedades. Era la sombra de mis palabras. Era lo que no podía decir. Era la ley de mi angustia. De mi silencio.
Purgar. Limpiar con la honestidad de las palabras. Es lo que necesito. Ahora tengo una certeza. Es el deseo más profundo. Expiar. Destrozarme era la única meta de esas miradas penetrantes. Desarmar a Alfonsina. Volverla armar. Con otra textura ¿pero quién podría hacerlo? Si ya era líquido. Ya era muerte. La estructura naufragante de un desierto que divisaba mirando hacia atrás.
Podía ver a Alfonsina desvanecerse como Eurídices. Pero ya no era Alfonsina. O comenzaba a serlo en el instante de su muerte.
La sombra agosteña la cubrió de una luz cegadora. Las palabras inmolaron al significante bravío.

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laventuradelapalabra

"sin dudas soy yo un bosque y una noche de árboles oscuros: sin embargo, quien no tenga miedo de mi oscuridad encontrará taludes y rosas debajo de mis cipreses" Nietzsche